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jueves, 18 de agosto de 2011

NUEVO LIBRO


   

ENTREVISTA AL POETA SERGIO RODRÍGUEZ SAAVEDRA
    A PARTIR DE SU NUEVO LIBRO, CENTENARIO

    Por Enrique Winter

    

    Sergio Rodríguez Saavedra (Santiago, 1963) ha sido crítico literario de Literatura & Libros, El Siglo, Carajo y Pluma y Pincel, además de director de La Punta de Buque y subdirector de Rayentrú. Actualmente dirige la editorial, taller y revista electrónica Santiago Inédito.
    En poesía, ha publicado Suscrito en la Niebla (1995), Ciudad Poniente (2000), Memorial del Confín de la Tierra (2003), Tractatus y Mariposa (2006), Militancia Personal (2008) y Centenario (2011).
    Doble ganador del Concurso Nacional Eduardo Anguita, en 2009 y 2011, su obra circula en diversas antologías internacionales y en este diálogo:

    - ¿Compartes mi percepción acerca del tránsito de tu escritura, desde la puesta en práctica de lo social -el trabajo sobre el realismo de Ciudad Poniente, más experiencial, duro y no exento de humor- hacia la mayor reflexividad y soltura de los últimos libros, en especial de Tractatus y Mariposa y Centenario?
    - En algún punto de la escritura dejas de experimentar con las palabras y lo haces ahora con el texto. Ya no veo el poema sino todos los que debiesen serlo. Ahí quiebro hacia la narratividad, por darle nombre a ese estado donde quieres contar una historia que se diga con la poesía. No abandono el realismo, abandono la forma en que éste se ve, no en la manera que Hugo Mujica se abre hacia el que abre el poema, pero sí con distintas fisuras donde puedan partirse, y probablemente esa soltura sea simplemente la distancia.

    - ¿Esa distancia asume que “las palabras que había[s] oído hasta entonces (...) no tenían ningún sonido”, siguiendo la cita de Rulfo que abre Centenario?
    - La cita tiene que ver con el concepto de la mudez tanto en el ahogo como en el doble estándar de nuestras palabras. Recomponer un poco el espacio de los vacíos, como lo logra un gesto que esperabas, una canción de Sabina, alguna página de Onetti. Pienso que si tuviésemos un contador en nuestra lengua, serían más las palabras no dichas que aquellas que verdaderamente se dijeron. No sólo por la incapacidad del lenguaje de expresarlas, sino por nuestra incapacidad de escucharlas verdaderamente. Entre ese espacio que dan lengua y silencio me gustaría fundar el poema.

    - También hay una opción por decir fantasmas antes callados…
    - Como en el poema “Las casas”, muchos, todo mi pasado. Más bien su descomposición. La imposibilidad de comprenderlos a tiempo. Tengo una cantidad enorme de anécdotas que nunca cuento, que van desde cuando tenía que ir a clases a un trolebús dado de baja, porque no habían salas -imagínate la metáfora, tomaba el pasado para ir a ninguna parte- hasta un encuentro con C. K. Williams (el mismo Pulitzer), en el que durante unos cafés apenas cruzamos señales, porque él no hablaba español y yo apenas digo yes. Como un chico muy observador, desarrollé una capacidad innata para distinguir el absurdo, y creo que ahora, más tranquilo, con más escritura en la práctica, lo puedo depositar en la hoja sin hacerlo trizas.

    - ¿Prefieres ahora una imagen más velada, “Sólo la lluvia abre los párpados de la niebla (un clavo / saca otro clavo)”?
    - Más que preferencia es coherencia. Como te dije, no se habló, se susurró. Quizás buscando ese puente entre el escritor y su lector posible. De pronto, por una atracción teorética dejamos a un lado la posibilidad que conlleva la imagen de vincularse con el lado oscuro de la memoria, tema que a mí en particular me apasiona.

    - Y en ese susurro parece que la geografía opera como demarcación de ánimos: el norte desolado, el sur copioso...
    - La geografía delimita espacios de creación en que se sitúa el escritor. La mente y el espíritu. La poética lárica y la objetivista. Antes de iniciar el proceso de construir este relato con varios desbordes que es Centenario, decir desde donde y en cual postura se encuentra el hablante. Quizás el eco de Giordano Bruno, si todas las palabras expresan el infinito, entonces el centro es cualquier poema. Y escribiendo con muchas reminiscencias, con una actitud coral, quise, aunque fuera un poco, dejarme en algún punto.

    - Además la geografía es también una demarcación de identidad. Pocos poetas están tan vinculados a una comuna, como tú a Maipú. ¿Cuánto de historia hay ahí y cuánto de condominios nuevos sin más historia que el consumo?
    - Ya va quedando poco. Como a muchos que esperan un tipo de vida más humano, este sistema no me representa. Después de casi treinta años creando desde la abulia para encontrar a lo menos el rasgo romántico de la utopía, estoy convencido que de aquí ya no se levantará. Lo más probable es que termine mis días lejos de lo que de alguna forma hice al poniente de la ciudad.

    - ¿Hay también una utopía en la recuperación del afecto perdido, “(...) todos / caminamos hacia el hombre que nos dejó solos”, para que la falta deje de frenar la eventual transformación personal y social? ¿Escribes para esquivar la imposibilidad de satisfacer éste y otros deseos?
    - Ciertamente Enrique, se escribe desde una fractura que descarne el hueso, pero no es la búsqueda del tiempo perdido, es su lectura. Pasaron muchos años antes de encontrarme en los textos, a pesar que, soslayadamente, momentos de mi vida se fueron filtrando en personajes que asoman por las publicaciones. Ahora bien, entablillar la utopía es parte del ejercicio de la memoria, y a la vez una sanación. No son acciones únicas, lo hace Lihn en La Pieza Oscura, Uribe en No Hay Lugar, incluso Pohlhammer o José María Memet atraviesan los contrafuertes polisémicos para llegar al inicio de nuestra ilusión en más de una ocasión. Por algo la poesía lárica tiene toda una línea en la poesía chilena. Ahora volviendo a la pregunta, satisfacer el deseo es incluso menos valioso que retenerlo. Más que de la utopía misma, yo escribo para retener la esperanza de su regreso.

    - ¿Por vía de universalizar ese pasado particular? pienso en el monólogo dramático a la Browning –presente también en los poetas que nombras– de Cuadernos y Relación de Santiago Rodríguez, la segunda parte de Centenario, que bien podría leerse como una novela breve…
    - Sí, más de alguien pensó que terminaría escribiendo novelas. Y claro, es la vida de un hombre desde su juventud hasta la prematura vejez, justamente en el centenario de Chile. En todo caso me siento más cercano a Álvaro Mutis, aunque sin esa actitud grandilocuente que caracteriza al colombiano. Prefiero las crónicas filtradas en los actos simbólicos del deslizar de la vida, y claramente me adhiero al pensamiento de que si es la historia de un hombre, es a fin de cuentas la de todos los hombres. Por otro lado, el monólogo cuando filtra su tedio, posee esa extraña capacidad de dialogar con el mundo que se va.

    - Coméntanos un poco sobre el cierre de Centenario, en que reaparece tu vecino Martín Vargas de Ciudad Poniente en la riesgosa grandilocuencia de la soñada refundación patria.
    - Tú guardas esa relación de hechos porque has leído parte de mi trabajo anterior, pero más que la figura de Martín, reitero la vampirización del pago de circo. Del centenario al bicentenario el hilo sigue cortándose por lo más débil: la memoria. Ahora, digamos que del creacionismo huidobriano a la refundación, yo prefiero esa “fundación mítica” a lo Borges, la hallo menos Estado y más patria, y poéticamente –como estamos hablando– cercana todavía a la emocionalidad que, siento, está siendo sitiada por el ejercicio racional que hace perder el vuelo del poema. Lo hizo Gabriela en Poema de Chile (el “Patria y Madre que me dieron”), Juan Pablo Riveros en De la Tierra sin Fuegos o Julio Espinosa Guerra,  Leonardo Sanhueza, Christian Formoso hace nada. Es el riesgo país que un poeta debe correr.

    - Por último, conocido es tu interés en la política, como acción y como escritura. La tensión entre ellas deja dogmas en entredicho, titubeando. ¿Cómo operan estas dudas en tu escritura?
    - Bueno, Zurita habla de la “miseria política”. Yo quiero pensar que esa “miseria” corresponde al ejercicio del abandono, de ese no mirar atrás que nos marca desde el purgatorio. Si te fijas mis textos en general recomponen la memoria, pero sin embargo establecen un claro juicio crítico sobre donde estamos.

    Escribí Militancia personal, precisamente porque los discursos en Chile están agotados. Se tiende a limitar los extremos con la política de los consensos y su centralidad de resultados. Más que una conciencia social, quise trabajar una independencia política que pueda establecerse desde los extremos sin tener que modificar el centro para estar cerca del uno y más lejos del otro. No hay concesión con el poder en mis textos ni puede impresionar el concepto de lo nuevo. Hay una épica del día a día, que obviamente es la situación a que adhiero. Del cómo enfrentarla, bueno, ahí sigue sobreviviendo nuestra libertad.

    

     * * *

    DOS POEMAS DE CENTENARIO

    

            siempre habrá un viernes por la noche
            para tus huesos en el bar. siempre habrá luz
            reflejando al ser que habita el dominio de la pérdida
            siempre el hueso seguirá en su luz
            la eterna lucha entre ser y estar. pues todos
            caminamos hacia el hombre que nos dejó solos
            para entender por qué se abandona la infancia
            por nuestro propio camino. dejaremos por cierto
            que el baile se pierda en el hogar. que otros
            dancen con nuestras mujeres hasta que el silencio
            les perturbe. estamos en el ámbito del hueso
            y aquí todo lenguaje debe medirse con los pasos
            de un púgil a punto de colgar los guantes
            en el cuadrilátero hecho a duras penas
            con madera y palabras. transaremos las apuestas
            del nuevo milenio con monedas viejas mientras
            el matutino anuncia que los inocentes
            están a la baja en la bolsa de nueva york.
            siempre llevarás la fractura de la noche en tu hueso
            bien sabes que toda luz volverá a ser sombra: eres
            el portador del regreso

            

            sólo la lluvia abre los párpados de la niebla (un clavo
            saca otro clavo). alguien me nombra a cierta distancia
            debe ser un gozne oxidado dices. no he cesado de caminar
            por la memoria toda la tarde. he colgado sobre el escritorio
            aquel neruda que me regalara bernardo en su casa de tricahues
            un marzo de 1999. he limpiado sandalias al ausente
            han vuelto a su foto amigos que nunca volveré a ver
            ciertos amores que tampoco me reconocerían. te besé
            mientras dormías con los ojos vueltos hacia el silencio
            encontré las palabras del argonauta: el alma que quiera
            conocerse a sí misma que a otra alma mire. pensé
            cuántas hojas malgastadas buscando esta respuesta
            pensé: dónde quedaron mis preguntas. a quién
            puede importar mi sentencia. reconocí los errores
            aún volví a lavar las manos. todos los regresos
            terminan en una vértebra erguida. miré largo rato la calle
            desandé el camino golpeando la puerta conocida
            abrí con el corazón en la boca. estaba
            como siempre me amaron: mojado y con este poema
            estilando entre los dedos