Por Consuelo Tapia C
Tendrá que armarse de paciencia, hay que adaptarse ya que el presupuesto familiar no da para pagar peajes en las autopistas de acceso rápido.
Mientras espera fija su mirada en un desconocido que zigzaguea entre los vehículos detenidos rogando por unas monedas. Llega a su lado y le golpea la ventanilla. La mano derecha del automovilista se desliza hacia el monedero, luego aprieta el botón lo suficiente para que el vidrio baje sólo hasta la mitad.
- Una monedita jefe.
Por lo general, él no mira a quien pide la limosna, sólo la da, pero esta vez la tonalidad de esa voz le pareció familiar. Lentamente gira su cabeza quedando sólo a unos centímetros de la cara del mendigo, sorprendido, éste retrocede, restriega sus ojos, pasan unos segundos y el desconocido vuelve a acercarse, lo mira fijamente como para cerciorarse de que la persona que está viendo es real, su rostro se transforma y de su boca desdentada brotan exclamaciones y preguntas.
- ¿Padilla? ¿Erí tú? ¿No te acordai de mí? ¡Soy yo, el Durán!
El rostro del automovilista permanece impasible no así su mente que retrocede veloz a otros Agostos, más fríos y con más necesidades que los de hoy, cuando él estudiaba la enseñanza media en un liceo mixto ubicado entre Independencia y Recoleta.
No demuestra ninguna emoción, sólo trata de recordar, pero el Durán que conoció era el mateo del curso, nadie lo pudo superar, en resumidas cuentas, era la gran esperanza del barrio. Este no podía ser el mismo.
- ¡Pucha Padilla! ¿Porqué soy tú verdad? ¡Tení güen auto! Parece que te resultó ser güeno p’al dibujo. Era en lo único que me ganabai.
Bocinazos, palabrotas, todos tienen prisa. Padilla quiere acelerar pero el tráfico es lento y el desconocido no se despega del auto, habla y habla.
_ ¿Y tu hermano? ¿Porque teniai un hermano verdá? ¿le va bien? ¿ igual que a ti?
Ya no quiere escucharle, no lo mira, su atención se centra en el semáforo. Una vez que lo cruce perderá al tipo.
Agosto es el mes de las heladas decían mis abuelos y también florecen los aromos, replicaba mi madre y fue en este mes, pero de 1976, cuando el Durán que conoció mostró ante todos que no era su amigo.
Entre Padilla y su hermano la diferencia de edad era mínima y la madre, acomodando las necesidades de la familia, los había matriculado en diferentes jornadas no sin antes explicarles como tenían que proceder.
Al menor le correspondería la primera jornada y apenas terminadas las clases debía correr raudo las seis cuadras que separaban el Liceo de su casa donde el bueno para el dibujo esperaría, cual atleta en una carrera de relevos, a la una con treinta minutos, para realizar el intercambio.
A diario los zapatos y el vestón del uniforme escolar pasaban al hermano mayor, quien desdoblaba las mangas y luego se calzaba acomodando el pie lo mejor posible para que la mamá no se diera cuenta que ya necesitaba unos zapatos más grandes. Una vez listo partía a estudiar confiado de que el secreto familiar estaba a salvo.
De marzo a Julio de ese año todo funcionaba bien, pero un miércoles, a mediados del mes de los gatos, vino el desastre. Faltaban veinte minutos para las dos y el de la jornada mañanera no llegaba, así que Padilla decidió no esperar más.
- En el camino lo encuentro, pensó.
Ese día el intercambio se tuvo que hacer a medio camino, escondidos detrás de un kiosko creyeron estar a salvo de miradas curiosas, sin embargo, unos ojos inquisidores los observaban sin perder detalles del hecho.
Uniformado y con los dedos más encogidos que de costumbre, el muchacho corrió para llegar justo antes de que cerraran el portón del liceo.
Al formarse notó que casi todo el curso lo miraba, no se dio por aludido pero al entrar a la sala de clases el Durán que él recuerda hizo su entrada. Mirándolo con malicia abrazó a la muchacha con quien él soñaba y le susurró algo al oído. La joven sonrió, luego se acercó a Padilla, lo miró de arriba abajo y con un gesto de desprecio se dirigió a su banco.
Su corazón latió con fuerza, el profesor aún no llegaba, las bromas de grueso calibre iban y venían, todas celebradas por el grupo de Durán.
En sus difíciles 16 años jamás se había sentido humillado, su cara enrojeció, no supo si de despecho vergüenza o rabia por la precaria situación familiar, quería desaparecer, pero a esas alturas ya se rumoreaba que de esos ya habían muchos, así que se tragó sus lágrimas, esbozó una sonrisa, puso un pie sobre su silla, sacó un pequeño trapo negro, eliminó el polvo de los zapatos, se acomodó las mangas del vestón, saco un cuaderno y se puso a dibujar.
En los siguientes meses todo el Liceo sabía del intercambio de los Padilla, pero en 3° y 4° medio ya nadie se acordaba y él también trató de olvidarlo.
Eran tiempos en que la Dictadura apretaba con fuerza, por lo tanto los jóvenes tenían otras preocupaciones y muchos de sus compañeros dejaron de estudiar. Padilla también lo pensó.
Los vehículos comienzan lentamente a avanzar, vuelve a fijar la mirada en el rostro pegado a la ventanilla, lo mira con un poco más de atención. El deterioro es visible. Las drogas y el alcohol han dejado huella. Si fuera el compañero que conoció no se encontraría en ese estado.
- Con tú inteligencia, Durán y con un poco más de disciplina puedes llegar a ser abogado o médico, le decía el señor López.
Está por llegar al semáforo, luz roja.
La espera se hace eterna. Su mente visualiza la figura del profesor López siempre aconsejando, como cuando él quiso abandonar los estudios. El profe lo llamó a un lado y le dijo:
_ Mira Padilla, tú tienes un don, aprovéchalo. Termina el cuarto. Después yo te voy a ayudar.
Y cumplió.
Antes de terminar el año 1978 lo contactó con gentes que le enseñaron a utilizar su talento. Del profesor López nunca más supo. Dicen que se perdió en la vorágine de los 80.
_ ¡Hey Padilla!
Al escuchar su apellido vuelve a la realidad, luz verde al fin
_Escúchame poh. ¿Cómo no te vai a acordar de mí? ¿Acaso no te recordai de las pichangas con los de la Industrial? Ya poh compadrito, si estudiamos la Media juntos. Suelta un billetito. ¿Qué te cuesta?
Se siente agotado. Si al menos el mendigo hubiera intentado hacer algo, limpiar los vidrios, en fin, si se desapareciera un rato.
Si fuera otro ex compañero quizá su reacción sería diferente, hasta una cerveza podrían compartir sólo para recordar como buenos amigos de antaño. Si fuera otro, tal vez, se atrevería a contarle sus logros y decepciones. Si no fuera quien dice ser lo haría participe de su viaje a Holanda en el 2007 cuando fue invitado junto a otros artistas chilenos para realizar un mural en un importante museo de Ámsterdam y que este año viajará con el mismo propósito a Bélgica.
Su cabeza realiza un gesto de negación y antes de acelerar su voz suena fuerte, autoritaria.
_ Cállate de una vez. Me estás confundiendo. No soy la persona que tú crees. ¡Sal de mi camino!
Durán retrocede justo antes de que el auto tome velocidad. Un poco asustado se palpa el cuerpo, luego se lleva las manos a la cara y grita:
_ ¡Y pa’que te enojai! Adelante no má’ jefe, gracias por la moneita. Igual te parecí re harto al Padilla.
Y así, rascándose la barba, se aleja murmurando bajito:
_Él era re güeno p’al dibujo.
Agosto, seis de la tarde. Una vez más los automóviles se detienen. La congestión vehicular más la inoperancia del Transantiago no permite avanzar.
Tendrá que armarse de paciencia, hay que adaptarse ya que el presupuesto familiar no da para pagar peajes en las autopistas de acceso rápido.
Mientras espera fija su mirada en un desconocido que zigzaguea entre los vehículos detenidos rogando por unas monedas. Llega a su lado y le golpea la ventanilla. La mano derecha del automovilista se desliza hacia el monedero, luego aprieta el botón lo suficiente para que el vidrio baje sólo hasta la mitad.
- Una monedita jefe.
Por lo general, él no mira a quien pide la limosna, sólo la da, pero esta vez la tonalidad de esa voz le pareció familiar. Lentamente gira su cabeza quedando sólo a unos centímetros de la cara del mendigo, sorprendido, éste retrocede, restriega sus ojos, pasan unos segundos y el desconocido vuelve a acercarse, lo mira fijamente como para cerciorarse de que la persona que está viendo es real, su rostro se transforma y de su boca desdentada brotan exclamaciones y preguntas.
- ¿Padilla? ¿Erí tú? ¿No te acordai de mí? ¡Soy yo, el Durán!
El rostro del automovilista permanece impasible no así su mente que retrocede veloz a otros Agostos, más fríos y con más necesidades que los de hoy, cuando él estudiaba la enseñanza media en un liceo mixto ubicado entre Independencia y Recoleta.
No demuestra ninguna emoción, sólo trata de recordar, pero el Durán que conoció era el mateo del curso, nadie lo pudo superar, en resumidas cuentas, era la gran esperanza del barrio. Este no podía ser el mismo.
- ¡Pucha Padilla! ¿Porqué soy tú verdad? ¡Tení güen auto! Parece que te resultó ser güeno p’al dibujo. Era en lo único que me ganabai.
Bocinazos, palabrotas, todos tienen prisa. Padilla quiere acelerar pero el tráfico es lento y el desconocido no se despega del auto, habla y habla.
_ ¿Y tu hermano? ¿Porque teniai un hermano verdá? ¿le va bien? ¿ igual que a ti?
Ya no quiere escucharle, no lo mira, su atención se centra en el semáforo. Una vez que lo cruce perderá al tipo.
Agosto es el mes de las heladas decían mis abuelos y también florecen los aromos, replicaba mi madre y fue en este mes, pero de 1976, cuando el Durán que conoció mostró ante todos que no era su amigo.
Entre Padilla y su hermano la diferencia de edad era mínima y la madre, acomodando las necesidades de la familia, los había matriculado en diferentes jornadas no sin antes explicarles como tenían que proceder.
Al menor le correspondería la primera jornada y apenas terminadas las clases debía correr raudo las seis cuadras que separaban el Liceo de su casa donde el bueno para el dibujo esperaría, cual atleta en una carrera de relevos, a la una con treinta minutos, para realizar el intercambio.
A diario los zapatos y el vestón del uniforme escolar pasaban al hermano mayor, quien desdoblaba las mangas y luego se calzaba acomodando el pie lo mejor posible para que la mamá no se diera cuenta que ya necesitaba unos zapatos más grandes. Una vez listo partía a estudiar confiado de que el secreto familiar estaba a salvo.
De marzo a Julio de ese año todo funcionaba bien, pero un miércoles, a mediados del mes de los gatos, vino el desastre. Faltaban veinte minutos para las dos y el de la jornada mañanera no llegaba, así que Padilla decidió no esperar más.
- En el camino lo encuentro, pensó.
Ese día el intercambio se tuvo que hacer a medio camino, escondidos detrás de un kiosko creyeron estar a salvo de miradas curiosas, sin embargo, unos ojos inquisidores los observaban sin perder detalles del hecho.
Uniformado y con los dedos más encogidos que de costumbre, el muchacho corrió para llegar justo antes de que cerraran el portón del liceo.
Al formarse notó que casi todo el curso lo miraba, no se dio por aludido pero al entrar a la sala de clases el Durán que él recuerda hizo su entrada. Mirándolo con malicia abrazó a la muchacha con quien él soñaba y le susurró algo al oído. La joven sonrió, luego se acercó a Padilla, lo miró de arriba abajo y con un gesto de desprecio se dirigió a su banco.
Su corazón latió con fuerza, el profesor aún no llegaba, las bromas de grueso calibre iban y venían, todas celebradas por el grupo de Durán.
En sus difíciles 16 años jamás se había sentido humillado, su cara enrojeció, no supo si de despecho vergüenza o rabia por la precaria situación familiar, quería desaparecer, pero a esas alturas ya se rumoreaba que de esos ya habían muchos, así que se tragó sus lágrimas, esbozó una sonrisa, puso un pie sobre su silla, sacó un pequeño trapo negro, eliminó el polvo de los zapatos, se acomodó las mangas del vestón, saco un cuaderno y se puso a dibujar.
En los siguientes meses todo el Liceo sabía del intercambio de los Padilla, pero en 3° y 4° medio ya nadie se acordaba y él también trató de olvidarlo.
Eran tiempos en que la Dictadura apretaba con fuerza, por lo tanto los jóvenes tenían otras preocupaciones y muchos de sus compañeros dejaron de estudiar. Padilla también lo pensó.
Los vehículos comienzan lentamente a avanzar, vuelve a fijar la mirada en el rostro pegado a la ventanilla, lo mira con un poco más de atención. El deterioro es visible. Las drogas y el alcohol han dejado huella. Si fuera el compañero que conoció no se encontraría en ese estado.
- Con tú inteligencia, Durán y con un poco más de disciplina puedes llegar a ser abogado o médico, le decía el señor López.
Está por llegar al semáforo, luz roja.
La espera se hace eterna. Su mente visualiza la figura del profesor López siempre aconsejando, como cuando él quiso abandonar los estudios. El profe lo llamó a un lado y le dijo:
_ Mira Padilla, tú tienes un don, aprovéchalo. Termina el cuarto. Después yo te voy a ayudar.
Y cumplió.
Antes de terminar el año 1978 lo contactó con gentes que le enseñaron a utilizar su talento. Del profesor López nunca más supo. Dicen que se perdió en la vorágine de los 80.
_ ¡Hey Padilla!
Al escuchar su apellido vuelve a la realidad, luz verde al fin
_Escúchame poh. ¿Cómo no te vai a acordar de mí? ¿Acaso no te recordai de las pichangas con los de la Industrial? Ya poh compadrito, si estudiamos la Media juntos. Suelta un billetito. ¿Qué te cuesta?
Se siente agotado. Si al menos el mendigo hubiera intentado hacer algo, limpiar los vidrios, en fin, si se desapareciera un rato.
Si fuera otro ex compañero quizá su reacción sería diferente, hasta una cerveza podrían compartir sólo para recordar como buenos amigos de antaño. Si fuera otro, tal vez, se atrevería a contarle sus logros y decepciones. Si no fuera quien dice ser lo haría participe de su viaje a Holanda en el 2007 cuando fue invitado junto a otros artistas chilenos para realizar un mural en un importante museo de Ámsterdam y que este año viajará con el mismo propósito a Bélgica.
Su cabeza realiza un gesto de negación y antes de acelerar su voz suena fuerte, autoritaria.
_ Cállate de una vez. Me estás confundiendo. No soy la persona que tú crees. ¡Sal de mi camino!
Durán retrocede justo antes de que el auto tome velocidad. Un poco asustado se palpa el cuerpo, luego se lleva las manos a la cara y grita:
_ ¡Y pa’que te enojai! Adelante no má’ jefe, gracias por la moneita. Igual te parecí re harto al Padilla.
Y así, rascándose la barba, se aleja murmurando bajito:
_Él era re güeno p’al dibujo.
1 comentario:
Este cuento de la señora Consuelo es precioso. No solo se enmarca en un contexto social bien definido, sino que también hace un llamado al recuerdo, a la nostalgia, a un pasado precario que a todos de una u otra manera nos acoge. Mi admiración para ella por este cuento.
Lorena Díaz M.
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