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miércoles, 12 de noviembre de 2008

BARUC


Nació en Santiago el año 1941. Inicia su caminar en el mundo de las letras al ingresar al taller de Víctor Vera en el año 1999. Da obtenido diversos reconocimientos literarios, entre los que se destacan: Primer Premio en narrativa los años 1999 y 2000, en el Concurso Recordando a Gabriela y Pablo. Certamen Literario Eusebio Lillo 2000. Cuentos en Movimiento 2001 y 2005. Fondo de las Artes y Eventos Culturales Bicentenario de la I. Municipalidad de Maipú 2006. Sus cuentos han sido incluidos en las antologías: La Jaula, La noche de los calamares, Palabras en tránsito, Cuentos en movimiento, Antología Narrativa de Maipú y Revista Cultural Maipú.
Publicó la novela Payasos de la Muerte, en 2007.
CUENTO
Ernesto, me llamo Ernesto
El horror, ¿Puede ser provocado por un rostro? En verdad que sí, y pude comprobarlo al mirar el mío en ese vidrio del aviso publicitario en la estación de trenes de Temuco. Ese rostro y el cuerpo reflejado, era el de los llamados botados, perdidos, abandonados. De esa subespecie humana con la cabeza de larga melena arremolinada, un rostro cubierto de pelo con una nariz y boca ulcerada por las infecciones. Aminora ese espectáculo grotesco, los ojos, esos ojos implorando por un mendrugo de pan, similares al de un perro que ha sido brutalmente golpeado. El cuerpo cubierto de harapos y bichos de todo tipo viviendo en la fetidez y la mugre. De los labios de ese miserable nació como un quejido lastimero, la pregunta.- ¿Ernesto, eres tú? ¿Adónde has descendido en la degradación humana?- Lloré por largos minutos y el llanto se fue incrementando hasta finalizar en aullidos de dolor, interrumpidos por los bastonazos del guardia, exigiendo que abandonara el andén. Antes de escurrirme en los oscuros pliegues de la noche, busqué en los tarros de basura algunos restos de comida. El hambre despedaza el estomago y el dolor casi siempre es intolerable. Yo sé que es tener hambre. Padecer en silencio, resguardándome de la lluvia y el frio, buscando algo de calor en los perros vagos que duermen junto a mí. Pobre Ernesto, hace muy poco tiempo que eras otro. Un señor muy respetado. El ingeniero en jefe de la empresa. El padre, esposo, amigo, envidiado por muchos. El alcohol destruyó a ese Ernesto. Existe éste, éste que pelea por una calabaza de chicha, de los restos de licor en botellas abandonadas a la salida de una cantina o de un burdel. Necesito regresar a Santiago…
Necesito regresar a Santiago, encontrar a mis hijos. Recuperarme. Otra oportunidad. Tengo sed de vino. Debo permanecer fuerte ante el vicio. Busco el tren de carga con destino a la capital. Esperé que el andén mostrara una estación ferroviaria desierta, iluminada por una bombilla; un andén solitario que sugería un empalme perdido en una región extraviada y maldita. Agazapado entre las ruedas y los rieles, encontrar algún vagón abierto para escurrirme en su interior. Al fin uno cerrado, terriblemente frío y oscuro. Un malévolo presagio me invadió, quise salir del coche, pero, desde afuera cerraron con un lastimero gemido metálico y un candado, eliminando toda posibilidad de escape. Otra vez mi destino, mi negro destino. Estaba decidido a volver junto a mis hijos. Y olvidando los temores, apretando fuertemente un saquito con mis documentos, un cabo de vela con algunos fósforos que robé a otro perdido. La Virgen de los rayos, a quién me encomiendo en los momentos difíciles. En lo profundo de las esperanzas solicité ahuyentaran las tinieblas que habían invadido el corazón. Me preparé a dormir situándome en un rincón cercano a la puerta. El dolor del hambre es intenso, asciende por el pecho, apoderándose de uno de mis brazos. Lo soportaré. El tren se ha puesto en marcha, lleno de crujidos hundiéndose en la oscuridad. La lluvia irrumpe con fuerza. Intento descansar en la soledad de la noche, mi lóbrega, triste y amarga soledad…
De la oscuridad y cortando el ruido de las ruedas de hierro sobre los rieles… el sonido de dos tapas de madera que al caer, tañen el piso metálico del vagón. Pasos que ahuyentaron las tinieblas, finalizaron en el lado opuesto al que me encontraba y dos voces airadas iniciaron el altercado.
- No debiste beber más de la cuenta. El conductor del auto que debía permanecer sobrio ¡Un borracho de mierda! Tú eres el único culpable – Dijo la voz dominante de tonos graves.
- Los nervios, compadre, y la forma de calmarlos es con un traguito. Se me pasó la mano, compadre Juan, discúlpeme- Respondió la otra voz, sumisa y chillona, entre culpable y molesta.
- Demasiado tarde para arrepentirse y si de arrepentimientos se trata, no tenemos perdón de Dios ni del Diablo. Justo ahora que todo salió perfecto, tenías que cagarla, Manuel.
- Pero, usted también tiene culpa. Se lió a tiros con los Ratis y me obligó a apretar cachete a toda velocidad y la porquería de auto no daba más de 180. Y mientras más nervioso, más… Usted sabe, pos, cumpa. Además la dirección estaba como las guevas. Debimos robar un auto mejor, y no esa mierda que era pura pinta, no más…
Así continuaron discutiendo, recordando fechorías y crímenes pasados. A veces a punto de darse golpes y otras estallando en risotadas entre el ruido de botellas ¡La sed! La horrible sed secó mi garganta y mis labios me parecieron que se hinchaban por la falta de alcohol. Pero el miedo detuvo la imploración por un sorbo de bebida. Algo terrible, desconocido acechaba en la oscuridad y ese olor fuerte, nauseabundo… Una sonrisa irónica nació en la sequedad de los labios, debido a que los dos tipos eran más fétidos que yo. Mi estómago, el pecho y brazo no cejaban en su constancia dolorosa, quise toser, pero… el miedo que emergía del lugar en que se encontraban los dos hombres, que surgía de ese oscuro túnel, paralizando mis entumecidos músculos, detuvo hasta la respiración. Mi pecho, el dolor le destroza y dobla mi cuerpo hasta poner la frente en el frío piso del coche de carga. De pronto el llamado Manuel solicitó silencio a su compañero y dijo.
- ¡A callar!, compadre, ahora ya no estamos solos. Al frente tenemos compañía. Al principio creí que era un perro, pero, es otro desgraciado como nosotros.
Los hombres se acercaron. Dos siluetas oscuras que se destacaban en las tinieblas, dos hombres cuyos rostros invisibles, detuvieron sus pasos a escasos metros de mí…
- Por favor, no me lastimen, soy un vago, uno de esos que llaman botado, basura, un alcohólico, deformado por el vicio. Si ustedes me vieran. Se horrorizarían. Mi rostro deforme, sucio y lleno de bichos. ¡No me lastimen, por favor! Sólo deseo llegar a mi destino. – Dije, con voz dominada por el temor.
Ambos respondieron con una risa que terminó en incontenibles carcajadas y conteniéndose a duras penas, el llamado Juan, me dijo.
- Si nos vieses a nosotros, si nos vieses a nosotros, no te preocuparías, compañero. Prende el cabo de vela que tienes en el saquito, nos presentaremos. Somos almas malditas, compañero… y pronto llegaremos a nuestro destino. No te olvides que puedes estar media hora en el paraíso antes que el diablo sepa que estas muerto. Aprovechemos esa media hora, compañero
Encendí el cabo de vela y lo que vi me sobrecogió de terror. Uno de ellos con el rostro despedazado y parte de su vientre abierto, el otro sin un brazo y la cabeza destrozada en un profundo corte. Desfigurados, terriblemente desfigurados. Sus cuerpos iniciando la descomposición, un líquido negruzco y viscoso se escurría por sus despedazadas ropas, gota a gota… La lluvia disminuyó y el alba intentó penetrar tímidamente por los resquicios del vagón maldito. El tren se acercaba a la estación de destino. Ambos hombres volvieron a sus cajas y yo no sentía ese dolor terrible en el pecho. El tren se detuvo y al paso de algunas horas el vagón fue abierto. El funcionario de ferrocarriles observó y le dijo a su colega.
- Mira a esos dos desgraciados que se mataron huyendo de la policía, se agrega este otro. De esos dos conocemos sus identidades, ¿pero de éste vago?
- Me llamo Ernesto, Ernesto González. Ernesto, como la Importancia de llamarse Ernesto. Intenté mostrarle la bolsita con mis documentos, pero el brazo no respondió…
-
Mira, los tres llegaron a su destino en este carro maldito, el número pintado en su costado así lo indica el INF 666. Y, de aquí al Instituto Medico Legal.
- Fíjate, el pordiosero tiene el rostro desfigurado por el miedo… - Replicó el acompañante. Cerrando el vagón y de nuevo el andén solitario que sugiere un empalme perdido de una estación extraviada y diabólica. Pavor, oscuridad, el horror, no me dejarán escapar…

2 comentarios:

Unknown dijo...

Bueno el cuento.
trata sobre el horror, la pobreza y la perdida de identidad.
Muy bueno

Unknown dijo...

Bueno el cuento.
trata sobre el horror, la pobreza y la perdida de identidad.
Muy bueno