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domingo, 22 de febrero de 2009

ORIGAMI



Cuento de Amanda Espejo



Anoche, volé sobre una pajarita de papel.¿Cómo? No lo sé; el caso es que sin planearlo siquiera, salí al encuentro de los amaneceres estancados. No me formulé muchas preguntas - cosa extraña en mí -, sólo me dejé llevar hacia dónde la singular figurilla me quisiera llevar. Por de pronto, ella no batía las alas y me admiré de ello por un instante (o ¿unas horas?), no lo sé, mas luego me di cuenta de que estaba impedida de hacerlo, pues la meticulosidad de sus dobleces se hubiera deshecho, y con eso, hubiera dejado de ser. También me causó extrañeza el que yo pudiera distinguir tan claramente los pliegues y textura de su papel color hueso. Ahí caí en cuenta de que había luz - no tan clara cómo el día -, una luz apenas insinuada con el frescor de las promesas. ¿Sería tal vez el amanecer? No, tampoco podía serlo. Un antiguo reloj de pared que colgaba de ninguna parte me hizo ver que eran las cuatro y cuarto de la madrugada.
"No quiero pensar..." - Irónicamente, lo pensé -. Y seguí dejándome llevar por el tranquilo vuelo de origami. Ella, la pajarita, parecía saber bien que hacer. Como no podía batir sus alas, subía en forma oblicua hasta una altura considerable y luego se dejaba caer planeando, a merced del viento, sin, a pesar de ello, perder la seguridad de su rumbo. Planeaba hasta muy cerca del suelo, hasta casi rozar las copas de los árboles, en cuyo follaje, el viento también parecía haberse estancado: todas y cada una de sus hojas permanecían estáticas, a la espera del impulso que las despertara al movimiento. Traté de no considerar la tensión reinante entre las ramas de los árboles estancados y no tardé mucho en ver ante mis ojos, las casas de los hombres.
" No entiendo...” - pensé, mientras nos acercábamos -. Estas, a pesar de contar con la techumbre de rigor, nos permitían mirar lo que pasaba dentro de ellas. Digo “nos permitían”, pensando en mi guía, porque, aunque me fue imposible descubrir en ella algún punto oscuro que asemejara un par de ojos, daba muestras de gozar a su antojo del sentido de la orientación.
"Los hombres - pensé de nuevo, mientras la desilusión me embargaba -, Yo lo que quiero es encontrar los amaneceres". Sin embargo, ella persistía en su vuelo plano cada vez más cerca de ellos. No me quedó otra cosa, que poner atención. Ahí me pude percatar que dentro de sus casas, el tiempo también se había estancado, pues ellos permanecían en tal o cual actitud en forma recurrente. Es más, se aferraban a ello como única forma de existir.
"El tiempo - afirmé -, otra vez es cosa del tiempo". Porque, sin poder evitarlo, lo asocié a los cu-cu de los relojes, que repiten una y otra vez una acción predeterminada, pues, es lo único que pueden hacer; están hechos para ello y es lo que los conduce a ser . Efectivamente, todos y cada uno de estos hombres se aferraba a una acción predeterminada para hacer de ello el eje de sus vidas. Había quién ponía todo su empeño en el trabajo y así, inmerso en el interminable quehacer de sus también inacabables labores, llegaba a ser parte del tiempo estancado dentro de sus cuatro paredes.
Otros se dedicaban a la excelsa tarea de adquirir conocimientos y así, aprendían todo lo que pudieran tener a su alcance, para, de este modo, convertirse en indispensables a su entorno y requeridos por sus semejantes. Obviamente, absortos en tan basta misión, lograban con facilidad ser parte del tiempo estancado dentro de sus cuatro paredes.
Varios de ellos - artistas, se decían - dedicaban su des-tiempo, paradójicamente, a buscar la creación perfecta. Se manifestaban a sí mismos en base a variadas disciplinas, persiguiendo incansablemente el concepto de CREAR para poder VER y así CREER, gracias a ello, que merecían estar allí, dentro del inspirado tiempo estancado entre sus cuatro paredes.
En algunos, el empeño absoluto consistía en buscar el amor para saberse amados, y desde que amanecía hasta que anochecía - cosa que daba lo mismo, puesto que la luz no cambiaba - persistían majaderamente en ello, e indeclinablemente sus repetidos: te amoooooo, al chocar contra sus cuatro paredes rebotaban a los oídos como: ME – AMOOOOOOOOO, con toda la dureza de un eco estático, dentro del tiempo estancado.
Todo lo observado hasta ese momento me fue colmando de desconcierto... no entendía NADA, aunque en el fondo, algo me decía que lo comprendía TODO. Mi pajarita parecía adivinar cada una de mis dudas y en el momento exacto en que el cansancio me sobrevino, hizo un delicado giro en el aire y me llevó hasta una sencilla choza bastante alejada de las demás casas. En aquel punto, comencé a sentir un dolor en el pecho, no sé bien si a causa del aire, que a ratos parecía espesarse a nuestro alrededor.
El vuelo se hizo más lento y rasante, y para mi sorpresa, dentro de esas cuatro paredes había una mujer que llevaba mis ropas sobre un cuerpo que, podría jurarlo, era el mío. Se hallaba sentada frente a una mesa pequeña llena de papeles y escribía sin parar sobre una cantidad indeterminada de ellos que después, iba apilando en una rumba interminable. De tanto en tanto, parecía desanimarse y soltaba por unos segundos el lápiz que, yo sentía - no sé porqué - como una prolongación de sus dedos. En esos instantes, se tapaba el rostro (que yo no alcanzaba a ver) con sus manos y descansaba su cabeza sobre la mesa, que no era tal pues, como pude darme cuenta por el espejo que tenía al frente, era un antiguo peinador.
Dicen, que la curiosidad mata al gato. Algo y mucho tiene que haber de aquello, porque, al darme captar que era un espejo lo que ella tenía ante sí, no pude evitar la tentación de acercarme para, de este modo, ver su rostro reflejado en él. ¡Jamás lo hubiera hecho...!
Ella enderezó su cabeza y deslizó sus manos hacia abajo, desnudando su identidad frente al espejo. Yo la miré... Yo la miré y ME miré en el reflejo aguado de sus (¿mis?) ojos y me pareció que toda mi vida pasaba de golpe en absurdas secuencias de milésimas de segundo. Presumo que era mi vida. Pasada o futura, no lo sé, pero sentí dolor, un dolor insoportable en el pecho a causa del sin sentido de todo lo visto y de la falta angustiante de un tic-tac establecido que, por fuerza, me llevara a un verdadero amanecer. De pronto, todo se hizo agua, como si las horas estancadas comenzaran a licuarse de un golpe, irónicamente, a secas, y la imagen (MI imagen) misma de la mujer, se deshizo frente a mí, escurriéndose por la mesa, inundando el piso, lamiendo cada espacio retenido dentro de aquel tiempo estancado entre las cuatro paredes.
No entiendo... no entiendo cómo si todo esto lo vi mientras montaba sobre la pajarita de papel, el agua pudo afectarme tanto. El caso es que de pronto, todo mi rostro estaba húmedo y luego, esta humedad se fue condensando alrededor de mis ojos y escurriendo por mi cara y mi cuello y, al llegar a mi pecho, fue inevitable que se mojara junto a mí la frágil pajarita. Y esto, que pareciera una nimiedad, no lo fue tal, porque su corto destino de origami llegó a su fin y con ello, al parecer, también el mío. En un santiamén mi pajarita no fue más que una hoja al viento que, arrugada y húmeda se precipitaba a tierra.
No entiendo... no entiendo cómo, de pronto me vi cayendo en giros y con todos mis sentidos nulos por la fuerza de la caída. Sólo recuerdo haber recuperado parte de ellos al traspasar el techo de mi casa y ver, como en un breve parpadeo, mi cuerpo dormido sobre la cama. Lo juro... no entiendo nada. Sé que recuperé el movimiento de mis brazos y piernas - un poco, no me atreví levantarme - y que la razón ¿o sinrazón?, volvió a mí en el momento en que vi la hora en el pequeño reloj sobre la pared: eran las cuatro y cuarto de una gris madrugada, del día cero, entre las cuatro paredes de mi habitación.
De los mentados amaneceres, no supe nada, pero estoy segura que por lo menos hasta que me dormí, permanecían estancados bajo la luz del farol.



Amanda Espejo
Quilicura/2/3/06.

www.lamanchadesdequilicura.blogspot.com

4 comentarios:

Laura dijo...

Me impresionó tu cuento, Amanda. Lo leí varias veces.
Gracias por traerlo.
Cariños

Unknown dijo...

Gracias Laura... ¿sabes? me encanta llamarte así... mi mamá y mi abuala se llamaban Laura, y ambas - fallecidas hace tiempo - son "mis Lauras" como las llamo en mis recuerdos. Tú también me haces recordar...
Un abrazo

amanda

lichazul dijo...

ay amanda!!!

que cosa más llena de magia, de belleza y de sentimiento
PRECIOSO!!!!

es un gustazo leerte
un abracito de luz

Rosario Vecino dijo...

Es un disparate de magia,me trasladó,hermoso