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martes, 9 de junio de 2009

Cuento / JUGARRETAS, por Marcial Heredia.





Te reías mientras alzamos las copas de vino blanco. Tú y yo frente a frente, separados apenas por una absurda mesa de centro que, implacable, cortaba en dos nuestro brindis salpicado por tus incoherencias y mis silencios.
Te reías luego, justo antes de apurar el último sorbo. Me miraste atentamente, catándome en la puntilla de tu lengua apenas insinuada... te reías envolviéndome de a poco con el dulzor del vino fresco.
Te reías también mientras te escurrías hasta el suelo y cruzabas de gatas el mar muerto que gemía de sed entre nuestros asientos. Te reías, absorbiendo con tu risa la distancia de mis miedos.
Te reías sentada sobre la alfombra, gata insinuante arqueando el lomo y las patas, segura de ti misma, parapetada entre mis piernas y tu propia ternura.
Te reías suave... hasta que la risa se descolgó por tu hombro izquierdo dejando nada más que una leve estela en tus labios.
Te reías aún en las chispas de tus ojos, cuando apoyándote en mis rodillas me ordenaste risueña: "Dame un beso".
Yo, traté de reír (lo intenté... lo juro), y te pregunté: "¿Hacia dónde va esto?".
Te reíste de nuevo acentuando el enarcar de tus cejas y me replicaste: "No tiene que ir para ningún lado. Sólo tiene que ser".
Yo, íntimamente, esbocé una sonrisa mientras trataba de explicarte sin palabras que todo esto ya había sido. Que desde hace un tiempo des-cifrado, tú y yo habíamos vivido recurrentemente el instante que estaba por comenzar.
Te reíste, obviamente, dentro de mi cabeza ante lo inexplicable de la supuesta explicación y, con un vengativo gesto de valentía te pregunté en voz alta: "¿Acaso, puede ser lo que siempre ha sido?
Tu risa se quebró en el iris de tus ojos. Se astilló en mil agujas de color verde- ámbar. Luego, me cogiste una mano y acercaste mi palma a tu mejilla (¿o fue a la inversa?), traspasándome con ello la tibieza que prologaba tu ser.
¿Sonreías? No. Ya no... mientras deslizabas tus labios hacia la punta de mis dedos para envolverlos en la suavidad de tu lengua. Me exprimiste uno por uno los sabores de mis yemas. Luego, tu serpiente viscosa invadió mi palma y comenzó a reptar por mi brazo... y entonces, íntimamente... ¡Yo me reí a gritos!, en estrepitosas carcajadas, en pleno paroxismo de felicidad. Más que risa, fueron aullidos revestidos de burla, una burla tácita para con el tiempo. Este tiempo seudo-poderoso que se piensa que lo sabe todo. Este tiempo derrotado por un ardid de sus propias y resabidas formas, en donde por esta vez, el pretérito ha burlado al presente convirtiéndolo en una copia vulgar y silvestre de lo que ya había sido, y en donde el futuro, improbable, está fuera de todo cálculo: no hay más que un pasado, clonándose una y otra vez hasta conformar el presente. Este presente en donde no hay más que tu lengua ascendiendo por mi brazo, socavando mis axilas en un apronte de lo que siempre había sido, de lo que has degustado infinidad de veces y en donde yo seguiré siendo palmo a palmo el conquistado, el avasallado, el sometido, el absorbido que siempre desee ser por el vacío preciso que se produce entre la textura caliente de tu lengua y el burlón cantar de tu risa.



Marcial Heredia
(Amanda Espejo)
Quilicura/ 27/ 03/ 2006

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