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miércoles, 9 de diciembre de 2009

¿Cómo lo quiere...corto, largo?


Agustín Rozas Ramirez
Cuento ganador del tercer lugar en el concurso Centro Cultural Manuel Guerrero.


Con rapidez y manejando la tijera con habilidad, va cumpliendo lo solicitado por la clienta. Es el peluquero, de pantalón azul, chaleco blanco sobre una camisa celeste, que ahora peina una rubia cabellera de mujer muy atenta a todo lo que él hace. No hay más clientes.
Cerca, una aburrida peluquera sentada en un sillón giratorio, se balancea suavemente, haciendo como si leyera el diario. Su albo delantal, algo recogido por tener ella una de sus piernas sobre la otra, deja ver un detalle en uno de sus blancos muslos: es una pequeña cicatriz. Bostezando, mira a través del ventanal y me ve sentado frente a la puerta de entrada; por un instante nuestras miradas se cruzan haciendo volar mi epicúrea imaginación, pero fue un vuelo muy corto, porque al volver a hojear el diario, algo le llama poderosamente la atención: ha encontrado la página del puzzle, su gran desafío intelectual. Eso es para ella lo más importante en este momento. Ante esto, que para mí fue como haber recibido una buena bofetada en pleno rostro, me resigno y vuelvo a la realidad.
En el sillón de al lado, ahora es el secador la herramienta en uso.
-¿No está muy caliente el aire, señorita? - pregunta el peluquero.
La respuesta no se hace esperar.
- No, está bien así -. Y el trabajo continúa en la compañía de un buen tema musical que sale de una trajinada radio cassette puesta sobre una cajonera, que con la gastada pintura que la cubre, denuncia el tiempo que ha estado siendo usada, y que en su interior guarda toallas, cepillos, botapelos y otros elementos de uso obligado en el oficio. El televisor, ubicado en altura, se refleja en varios espejos del salón sin captar la atención de nadie. Los brillantes muebles negros con tiradores blancos, no ven ni escuchan, por lo que para ellos, la música y los artistas de la TV les son indiferentes.
Ya se desliza la negra peineta fabricada de caprichosa forma, llevada con la destreza propia de quien sabe hacer su trabajo, garantizado por un enmarcado diploma que cuelga de la pared, que lo señala como : Estilista Profesional.
Leo en la vidriera el tarifado escrito con blancas letras:
Lavado Corte Peinado $6.000
Lavado Peinado desde $4.500
Así hasta completar todos los servicios que ofrecen.
Una pareja de pololos acaba de entrar. ¿Qué corte pedirá el joven? - me pregunto -.Mientras él se acomoda en el sillón, su polola se sienta y observa, dando la impresión de que este trámite le es indiferente; sus ojos recorren el recinto como buscando algo interesante y entretenido que la haga acortar la fastidiosa espera, porque, seguramente desearía estar en otro lugar, disfrutando de las caricias de su amado. Pero, está aquí, y debe continuar así hasta verlo salir con los pelos teñidos, tiesos, untados con Gel y apuntando en todas direcciones - a la moda, ni más ni menos - e irse muy abrazados y decididos a recuperar el tiempo perdido. Esto será más tarde, quizás en unos cuantos minutos más.
Dos maceteros, después de ser regados, esperan en el pasillo a que alguien los entre al salón. Uno de ellos está volcado. La tierra húmeda que contenía ha quedado esparcida en el piso de cerámica junto a las hermosas diademas orientales color calipso en degradé, que con sus pétalos abiertos semejando dedos de manos pidiendo auxilio, ven como pasan mirando la escena seres insensibles, haciendo caso omiso de aquél desesperado llamado.
Al interior de la peluquería, casi mecánicamente, todo sigue su curso. Nada altera su normalidad.
Mientras, la clienta se nota satisfecha con el trabajo del diplomado peluquero, el que al verla sonriente mirarse al espejo, se da cuenta de que todo ha salido bien, como siempre se dice, y recibe de ella casi inmediatamente un gesto de aprobación total, porque íntimamente siente, que muy pronto irá por la calle sintiéndose envidiada por ellas y admirada por ellos.
Ahora, un toque final: un pelo al lugar correcto y una última mirada al peinado; es el rito de todo buen peluquero, y el muy conocido - He terminado, señorita -.
Ella se para y acompañada por él va hasta la caja y paga, le da propina y se despide hasta la próxima vez.
A la salida pasa frente a mí y noto que va muy feliz.
¿Corto, largo?
No se lo pregunté.



Agustín Rozas Ramírez, integrante del Taller de Literatura Biblioteca Municipal de Maipú, impartido por Ricardo Sánchez Orfo.

2 comentarios:

Laura dijo...

Lo disfruté, estuve en un rinconcito invisible. Perfectas las ilustraciones. Gracias

lichazul dijo...

felicitaciones Agustín
un buen momento he pasado leyendo este texto