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lunes, 3 de noviembre de 2008

EL HOMBRECITO DE LA CASA

Esa fría mañana de invierno, ya no podía más con su conciencia, escribió una breve carta, con frágil letra ligada, manchas de tinta diluida fueron testigo de su angustia, de su pesar y sobretodo de su arrepentimiento, pero ya era tarde, muy tarde.

Josefina es una mujer fuerte. Tras la muerte de su esposo Tomás, hace ya 15 años, tomo las riendas de su hogar y aunque recibió una pensión casi digna, el dinero empezó a escasear, y a medida que crecieron los niños, Tomasito de ocho años y Joaquín de cuatro, se decidió a trabajar en lo que fuera, lavaba, planchaba, atendía un almacén, hacia costuras y se encargaba de los niños y la casa.

Tomás y Joaquín, ante la repentina muerte de su padre, notaron como su situación fue cambiando, ya no estaban con la mamá el tiempo que acostumbraban, los regalos eran menos y las privaciones más.

Tomás por ser el mayor, entendió mejor lo sucedido e interiormente pensó que su madre necesitaría de él, a sus cortos años se propuso ser su apoyo sería “el hombrecito de la casa” como lo llamaba su padre cada vez que por algún viaje debía ausentarse, encargando al niño, en forma simbólica por cierto, el bienestar de su madre y hermano. Lo decidió, sintió que no podía defraudar a su padre y cada noche se dormía, pensando en el futuro, en como ayudaría a su madre, y en como sacaría adelante su familia.

Joaquín aunque a veces, un poco rebelde, se destacaba por ser muy afectivo, cariñoso y sociable, tenía la habilidad de “caer bien” en todos lados.

Josefina se sentía orgullosa de sus hijos, agradecía a Dios la madurez de Tomás, quien a medida que aumentó en años, se hizo mas responsable y cooperador con los deberes y gastos de la casa.

A los catorce años, decidió trabajar medio tiempo, a pesar de la rotunda oposición de su madre, a quien convenció prometiéndole que no descuidaría sus estudios. Fue contratado como junior en una oficina de abogados, le gustaba su trabajo, era inteligente y dedicado, lo aprendió con rapidez, supo distribuir su tiempo entre la casa, el trabajo y el estudio.

En la adolescencia, no pasó por la típica etapa de conflictos, salvo una que otra pelea con su hermano, a quien tildaba de inmaduro e irresponsable, porque Joaquín se tomaba la vida en forma distinta, sabía que contaba con su hermano, en cierta forma descansaba de sus preocupaciones, sabía que Tomás siempre estaba pendiente de sus necesidades y fue lo más cercano a una figura paterna, a pesar que sólo era cuatro años mayor.

A Joaquín desde muy pequeño le atrajo la música, poco a poco se convirtió en su afición, aprendió a tocar varios instrumentos, guitarra, bajo, flauta y hasta un viejo acordeón olvidado y empolvado que encontró en un viejo armario. Solía juntarse con amigos del barrio y del colegio a tocar, una vez por semana se turnaban para ocupar como estudio la casa de los integrantes del grupo. Aunque a Tomás lo descomponía el ruido ensordecedor de los instrumentos, que desafinaban sin compasión, se sentía bien de ver que su hermano tenía ese gusto por algo tan sano, como la música.

Después de terminar en forma exitosa la secundaria, Tomás a los 18 años rindió su examen para estudiar derecho, después de varios años trabajando en el estudio jurídico y a la luz de la buenas recomendaciones y condiciones para esa profesión, se propuso ser abogado y de los mejores. Su examen fue excelente lo que le permitió ingresar sin problemas a la más prestigiosa universidad, su alegría fue mayor cuando le informaron que había sido favorecido con una importante beca de estudios, la que sin duda le ayudaría a cumplir su sueño. Feliz le dio la noticia a su madre, quien lloró de alegría, lo abrazó y le dijo que estaba muy agradecida de la vida por tenerlo como hijo. Ese día se durmió pensando en el futuro, planificando lo que se venía, tratando de vislumbrar lo que le esperaba, sabía que se tendría que esforzar más aún, pero bien lo valía la sonrisa de su madre, sabía que con estudios sería más fácil ayudar a su familia.

Por su parte Joaquín formó su propia banda, y participaba en los más variados eventos a beneficio que se realizaban, tocaba en las escuelas, en actos comunales, era el invitado infaltable en las fiestas.

Josefina se sentía feliz, veía a su familia y pensaba en lo orgulloso que debía sentirse su esposo, por la bonita familia que tenía. Sus hijos habían crecido eran personas de bien, veía que el esfuerzo tenía ya sus recompensas. Pero algo la inquietaba, no todo podía ser felicidad, le preocupaba que Tomás cada día fuera menos sociable, lo consumía su trabajo y sus estudios, prácticamente no tenía amigos, no salía a divertirse y nunca le había presentado una chica, cuando lo conversaban decía: - “no te preocupes mamita, hago lo que me gusta”.

Joaquín en cambio siguió siendo un joven sociable, tiene muchos amigos y pasa poco tiempo en casa, no le dedica mucho tiempo a sus estudios, lo que repercute en sus calificaciones, aunque nunca reprobó un curso. Pronto saldrá del colegio y aún no tiene claro que hará de su vida. Cuando le tocan el tema contesta entre risas que está muy joven para preocuparse, que su pasión es la música y que él hará lo que le gusta, no pretende tener de amigos a un montón de libros, como su hermano, le gusta ser popular y estar siempre rodeado de gente, especialmente de jóvenes muchachas. Su madre le aplaude en cada presentación, está orgullosa, le toma fotos, lo graba, le celebra todos sus chistes y le encanta la alegría desbordante de su hijo.

Tomás seguía con su rutina muy marcada, se le podía encontrar en la universidad, en alguna clase o en la biblioteca junto a un cerro de libros y una vez a la semana haciendo ayudantía, lo que le permitía repasar sus materias y tener un dinero extra, para sus estudios o para apoyar a su madre y hermano, aunque nunca dejó el trabajo en la oficina, pero el hecho de estudiar le permitió hacerse cargo de otros asuntos, dejó de ser sólo un junior, pasó a ser todo un ayudante legal administrativo y tenía la libertad de acomodar su horario de acuerdo a sus estudios era muy querido en la oficina y su jefe continuamente reconocía su inteligencia y tesón. Se siente feliz de sus logros, y disfruta llevando buenas noticias a mamá, le cuenta de sus calificaciones, de los comentarios positivos de sus profesores, y de su jefe, la toma de la mano y le dice que pronto ella no deberá trabajar más, porque el la mantendrá y podrá darse gustos, como un nuevo vestido; de los caros, podrá preparar ricas comidas o lo que es mejor, la llevará cada semana a conocer un restaurante distinto, donde podrá disfrutar de las mejores recetas. Para Tomás ver feliz a su madre es su recompensa.

Aunque el tiempo ha pasado para Tomás las cosas no han cambiado mucho, sigue con su tiempo acotado por los estudios, el trabajo, la casa, la familia, y es justamente este punto el que siente se le escapa de las manos, está muy preocupado, Joaquín terminó la secundaria, hace ya un año y se rehúsa a seguir estudiando, se enfrasca en discusiones con su madre quien ya no le celebra todas sus payasadas, le recrimina sus llegadas tardes y con olor a alcohol. Josefina está preocupada por el futuro de su hijo, y piensa que es su culpa, por no haber puesto mano firme desde el principio, pero ella siempre quiso ser amiga de ellos, apoyarlos en todos sus gustos y la música es algo hermoso, no tenía argumento válido, para pedirle que la dejara, lloraba y pensó en su esposo, en que haría él, pero no hallaba respuesta, quizás necesitaba un hombre mayor en casa, alguien que llevará las riendas, y así liberar de esa responsabilidad a Tomás, tenía un par de pretendientes, pero ella nunca les dio importancia, ahora se lo planteaba como una solución.

Tomás continuamente, tenía discusiones con Joaquín, catalogándolo de rebelde, mal agradecido, intentaba hacerlo sentar cabeza, le dolía ver a su hermano perdiéndose, desaprovechando oportunidades, le indignaba ver como hacía sufrir a su madre, pero a Joaquín, poco le importaba, vivía su mundo, se había convertido en un egoísta, egocentrista, manipulador y un vividor, se había acostumbrado a no tener responsabilidades, a que las cosas giraran en torno a él, le acomodaba ser el centro de atención.

Esa noche Tomás estaba más cansado que de costumbre, se preparaba para un examen, le faltaba sólo un semestre para graduarse, pero no se podía concentrar recordaba la conversación que había tenido con su madre, a quien encontró con los ojos enrojecidos al regresar a casa, sabía que era a causa de Joaquín, quien cada día estaba mas extraño, había dejado la banda, sentía que solo le iba mejor y se había rodeado de otro tipo de gente. Ante la preocupación de Tomás y el intenso interrogatorio al que la sometió, su madre le contó detalles que había ocultado para no preocupar a su hijo, hacía tiempo que faltaba el dinero que juntaban en el frasco de la cocina, por lo que tuvo que cambiar su escondite, sin embargo, volvió a desaparecer, y también habían desaparecido algunos objetos, como el reloj del papá, que ella había guardado celosamente, como única pertenencia de su esposo, era su tesoro, y a pesar de los malos tiempos nunca se deshizo de el, también faltaba ropas y herramientas. Por la mañana ella lo había confrontado, y el se mostró muy molesto porque según dijo “mi propia madre duda de mi, cree que soy un ladrón”, había salido de la casa, dejando en el ambiente un aroma nauseabundo, una mezcla de alcohol y suciedad.

Tomás como siempre intento calmar a su madre y darle una solución, prometió que se haría cargo, aunque pensaba en como lo haría si ya no tenía tiempo, y estaba en un momento crítico de sus estudios, la consoló, secó su lagrimas y beso su frente. Pero su madre también le comentó que quizás era mejor buscar una pareja, -en casa hace falta una figura paterna -, dijo, le explicó que ya no quería sobre exigirlo con ese rol que no le correspondía, porque era sólo un joven y que ella quería entablar una relación afectiva con el señor Sergio Sanfuentes quizás el podría arreglar las cosas, era un buen hombre viudo, trabajador aunque de apariencia ruda, era educado y hacía muchos años que estaba interesado en su persona.

Tomás sintió como una estocada en el corazón, una serie de sentimientos alborotados afloraron de su ser, sintió rabia, pena, impotencia, dolor, celos.

Había subido a su cuarto, tratando de tranquilizarse, corto de golpe la conversación con su madre, con un ¡¡Tú no puedes hacer esto!!

Y ahora estaba ahí pensando, buscando la solución, pero las palabras de su madre repicaban en su cabeza y lo estaban ahogando, no se podía concentrar y tenía que buscar la solución ¡¡ya!!.

Era la 1:45 de la madrugada cuando salió de casa, vestía su antiguo y desgastado gamulán, un gorro de lana para abrigarse del frío, temblaba y una densa y húmeda niebla, le ofuscaba los pensamientos. Empezó a recorrer bares y discotecas, buscando a su hermano, quería conversar con él y contarle de los planes de mamá, quería enrostrarle su mala conducta y si era necesario golpearlo, sí, lo golpearía con tal de hacerlo entrar en razón. Tenía las manos entumecidas, el corazón herido y muchas sensaciones a flor de piel, cuando encontró a Joaquín, estaba en un bar de mala muerte, acompañado de un par de prostitutas que celebraban cada palabra, cada gesto con sus risas chillonas y desentonadas. El humo, la hediondez y la bulla del lugar lo ahogaban, lo tomó de un brazo y lo sacó, pagó la cuenta, ante las protestas de las mujeres quienes lo abuchearon, mientras le lanzaban besos alcoholizados con sus manos tiritonas y malolientes.

Ante los reclamos y el forcejeo de su hermano, lo agarró con firmeza, caminaron un trecho, entre tirones y alegatos poco legibles, se sentaron en un banco de la plaza, intentaba conversar, trataba de hacer entender a su hermano lo mal de su actuar, pero lejos de entrar en razón, el argumento de Tomás le causaba risa, es que el estado de ebriedad en que se encontraba, no le permitía recapacitar y ver la seriedad de las palabras de su hermano.

Ahora Tomás se sentía acalorado, transpiraba, sacudía a su hermano intentando de esa forma espantarle la borrachera, pero el salir de aquel bar y caminar, descompuso mas a Joaquín y la embriaguez se apoderó de el con más fuerza, no razonaba y sólo reía. La discusión comenzó a subir de tono, Tomás ofuscado arremetía insultos a su hermano que sólo forcejeaba y reía sin parar, de pronto un silencio y ante la incansable arremetida de Tomás, Joaquín tomando aire empezó a hablar en un tono burlesco, agresivo, despreciativo e hiriente, ¿qué quieres? ¿que te agradezca? “papá”, olvídalo, eres un perdedor, reconócelo, tienes una vida de mierda, eres el perrito faldero de mamá, te creíste el papá y lo hiciste mal, todo se te escapó de las manos, la mamá ya no te necesita, ya no eres el “hombrecito de la casa”, nunca lo fuiste, no te das cuenta, ella quiere un hombre de verd…. no alcanzó a terminar cuando un fuerte golpe lo tumbó de espalda, luego una lluvia de golpes, puntapiés, sin respiro, sin embargo, no podía parar de reír, a pesar del dolor que sentía no paraba de reír. Tomás estaba totalmente fuera de sí, las risas de su hermano resonaban insolentes en su cabeza, de pronto vio una gran piedra y no dudó, supo que sería la solución, la tomó con rapidez y con toda la rabia y fuerza que le quedaba la arrojó sobre la cabeza de su hermano, el silencio baño la noche y una mancha oscura se esparció en el suelo, Tomás tiritaba, su corazón estaba a punto de explotar o salir por su garganta, miró asombrado e incrédulo a su hermano caído y sangrante, el horror, el temor, y la pena sacaron de golpe a la rabia, huyó, corrió despavorido a su casa, entró sigiloso, pero agitado, se sentó y trató de ordenar sus ideas.

Ya amanecía y esa fría mañana de invierno, ya no podía más con su conciencia, llorando escribió una breve carta, con frágil letra ligada, manchas de tinta diluida fueron testigo de su angustia, de su pesar y sobretodo de su arrepentimiento, pero ya era tarde, muy tarde, amarró una sábana a la viga del techo, sabiendo el enorme dolor que le causaría a su madre, si tan sólo hubiera podido pensar, entrar en razón; con angustia y sollozando se subió a la silla, ató el otro extremo a su cuello, las lágrimas se deslizaban quemantes por sus mejillas y saltó… se asfixiaba, sentía como lentamente ya no respiraba y su cerebro repetía las imágenes de su hermano sangrante. Alcanzó a escuchar unos fuertes golpes en la puerta de su dormitorio, sentía y escuchaba la voz de su madre, que le hablaba y le removía suavemente, Tomás, Tomás, Tomasito, despierta hijo, tienes una pesadilla, mírate estás sudando, lo abrazó y besó en la frente, Tomás no lo podía creer, no lo entendía, se aferró a los brazos de su madre y le pidió perdón, ella no sabía el porqué… Corriendo y asustado llegó Joaquín, con los ojos húmedos y el corazón alborotado, abrazó a su madre y hermano, él también había sido el protagonista de un mal sueño.

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